
Nunca estás detenido, a pesar de que tu actividad, a veces, sea sólo mental y los demás no la perciban. Sabes que para alcanzar tus metas requieres disposición, esfuerzo y constancia. Recibes lo que te ofrece la vida tal como viene, sin causar daño a nadie, sin exigir que los hechos se ajusten en un modelo preestablecido. Así, momento a momento, experimentas intensamente la realidad particular que te toca vivir, aprendes de ella, creces, disfrutas. Amas la armonía y la integración como medio de alcanzar las metas más preciadas. Allí radica tu alegría interior, fuente de eterna juventud.
En tu mundo de relación, durante los períodos de tensión o desasosiego, las pasiones suelen privar sobre la razón y hacen desbordar las emociones. Tú eres quien estabiliza y armoniza para poder decidir. Reconoces los extremos en cada situación y buscas el centro, sin luchas ni resistencia. Actúas con moderación, te inclinas hacia la acción correcta, paciente y oportuna, con lo cual eres reconocido como en ente ponderado que organiza y equilibra.
Cuando tu energía no está bien enfocada, te ganan la impaciencia y la inestabilidad emocional; te descontrolas, reduces todo a opuestos en pugna, extremos o dualidades, y surge la competencia. No reconoces los puntos medios y percibes todo en términos de: ser o no ser, blanco o negro, amor u odio, materia o espíritu. Olvidas que, en realidad, los opuestos son extremos de una misma esencia, pero con polaridad diferente. Si recuperas tu balance, podrás ver los llamados opuestos como complementarios y los percibirás integrados, como parte de un plan mayor.
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